viernes, 27 de noviembre de 2009

Futuro anterior

Estaba allí, se me acerca un tío: “Poco material, ¿eh? Te lo veo en la cara. Espérame un momento: pongo el candado y salimos a que nos de algo el fresco”.

Había ido a una de esas ferias de ideas, eso estaba lleno de franquicias. Estaban allí todos esos nombres conocidos. Derechos humanos, pobrezas, amnistías, hambres y mujeres, desigualdades; y todos con sus pegatinas para repartir. A la entrada había una flechita que podías seguir hasta la salida. Yo había ido y tedio tedio tedio. Por lo normal te encuentras siempre a algún conocido y te echas unas risas a costa de la parroquia, a la cara o a las espaldas. Ni eso. El puesto del tipo este estaba a los finales del recorrido.

—Me pongo cerca de la puerta, ese es el sitio clave —estábamos ya fuera, habíamos buscado un sitio discreto—. Ahí veo quién sale camelado y quién desencantado. Tú eres de los segundos. Poco material o ninguno. Esa gente son pura mierda. Lo que yo te ofrezco es un tiempo verbal con su buena estructura temporal.

Abrió el bolso que llevaba y sacó un termo y un par de vasos de plástico. Lo que sirvió fue un té que no estaba nada mal de sabor. Era un vendedor de los de vieja escuela, sabía que la mejor forma de empezar era tirar mierda a los otros y sin darme cuenta estaba ahí yo con disposición a escuchar su charla.

—Piensa en un pantano, ¿lo ves? Pues dale la vuelta porque este mundo es justo lo contrario. En los pantanos el fondo está lleno de lodo, agua turbia, no potable. Pues al contrario. Aquí el lodo está arriba. Ellos utilizan un discurso y una palabrería bonita, sí, pero turbia. Dicen palabras, dicen mensajes, pero este lenguaje estándar que se maneja hace que a signos o iconos aceptables se les acomode una realidad que no se ajusta a la promesa del significante. Ellos dicen “esto, lo otro”, y ese esto o lo otro están podridos. Hay que bajar al fondo, escarbar o bucear para usar palabras que realmente se adecúen a la descripción. Un amigo me dice todo el tiempo que baje a las profundidades, que allí la ironía no llega. Lleva razón.

El tío era un chino, bajito, finillo, cara amarilla, pantalones de género. Conforme hablaba se iba encendiendo y de vez en cuando miraba alrededor y al cielo. Maniático nervioso. Mientras le escuchaba saqué la conclusión de que las calvas que tenía eran producto de la forma frenética con que se rascaba la cabeza mientras hablaba.

—Pero te voy a decir una cosa, todo esto ya lo sabías. Eso de las profundidades. Más allá de todo esto que es nuestra vida sigue existiendo lo que es en verdad el mundo y lo que es en verdad el hombre como especie natural. Futuro anterior.

—Ea, es ahora cuando te explicas, —no fui el más amable de los interlocutores, no quería acabar yo también con ese rasque frenético en mis modos y estaba acercándome. El no se lo tomo a mal— decías de una estructura temporal.

—Sí, eso. Hay una realidad que sí se acomoda, no está en acto ahora pero nunca ha dejado de estar en fragua. El futuro anterior refleja, intento ser claro, una acción realizada en el futuro que en verdad ya ha estado ahí en modo latente desde el principio, es decir, no lo confundas con determinismos ni destinos, haré algo por primera vez que ya había sido aunque no había sido realizado. Futuro anterior porque refleja y promete la acción de una profundidad.

—Y eso se flexiona ¿cómo? Me temo que mi componente morfológico no tiene una expresión clara para esto.

—Ah, ya… Yo estoy en las mismas, por eso no te voy a cobrar. —Todo un detalle por su parte.

Le echó un trago de resto a lo que quedaba de vaso y puso cara de relajación. Yo iba a ofrecerle otro cigarrillo. Cuando cogió el termo y se dio cuenta de que ya no quedaba le cambió el gesto: salió corriendo y aullando como un perro al que le han dado una patada, corriendo y aullando parque arriba hasta perderse. No era el primero que lo hacía delante de mí. No me sentí mal por haberme terminado el té que quedaba: era una de las dos cosas que habían merecido la pena aquella mañana. Tenía material y las tripas calientes.